
Desde que Herbert Spencer adaptó las ideas de Darwin al análisis de la sociedad, se ha mantenido la noción de que el orden social y económico obedece a una lógica natural: sobrevive quien mejor se adapta. Este evolucionismo social, al ser aplicado a la economía, ha servido en muchos contextos como una justificación implícita para desentender al Estado de ciertas responsabilidades, como la de garantizar el acceso igualitario a la educación financiera.
En palabras de Spencer, «las sociedades humanas evolucionan como organismos biológicos, y las estructuras más eficientes desplazan naturalmente a las más débiles» (Spencer, 1896). Esta idea, proyectada en el siglo XXI, se traduce en políticas públicas que tratan la economía como un terreno de competencia, donde el Estado proporciona mínimas reglas del juego, pero deja al individuo la tarea de aprender, competir y sobrevivir. Uno de los terrenos más claros de esta omisión estratégica es el de la educación financiera.
A pesar de que vivimos en un sistema económico complejo, interconectado y altamente dependiente de las decisiones individuales en materia de ahorro, crédito, inversión y consumo, los sistemas educativos en países como México rara vez incluyen la educación financiera como parte estructural de los programas obligatorios. En lugar de eso, se promueven iniciativas aisladas, dependientes de convenios bancarios, o relegadas al sector privado, dejando al ciudadano a merced del mercado.
Esto no es una omisión inocente. Cuando se traslada la responsabilidad al individuo, bajo la idea de que cada quien puede “capacitarse” o “aprender por su cuenta”, se reproduce una lógica de competencia darwinista: quien logra adaptarse a las reglas del sistema financiero, sobrevive; quien no, queda rezagado. Tal como afirma la economista Annamaria Lusardi, “la falta de educación financiera no es solo un problema de información, sino una forma de exclusión estructural que perpetúa la desigualdad” (Lusardi, 2015).
Ejemplos de esta lógica abundan. Durante la pandemia de COVID-19, millones de personas perdieron ingresos sin contar con herramientas para gestionar deudas o fondos de emergencia. Quienes tenían formación financiera previa, incluso si era autodidacta, lograron adaptarse mejor. Mientras tanto, otros sectores quedaron endeudados, con tarjetas de crédito al límite o atrapados en créditos rápidos con intereses exorbitantes. El gobierno, en lugar de implementar campañas de educación financiera estructuradas, se limitó a sugerir “prudencia” en el gasto o a recomendar el uso de aplicaciones bancarias. El mensaje implícito fue claro: si te hundes financieramente, es porque no fuiste suficientemente apto.
Otro ejemplo muy claro es el caso de las AFORES (Administradoras de Fondos para el Retiro) en México. Aunque el sistema fue presentado como un avance que “empodera” al ciudadano al permitirle elegir entre distintas administradoras para manejar su fondo de retiro, en la práctica esto impone una decisión financiera compleja a personas que muchas veces no tienen la información ni la educación necesarias para comparar comisiones, rendimientos y riesgos. El Estado no acompaña esta “libertad de elección” con una política robusta de educación previsional. Como resultado, quienes tienen acceso a mejor información, mayor escolaridad o asesoría especializada, eligen fondos más rentables. Pero millones de trabajadores permanecen por años en fondos de bajo rendimiento simplemente por desconocimiento o inercia. En este sentido, la lógica darwinista vuelve a aparecer: sobrevive el más informado; el resto, ve reducido su patrimonio futuro sin siquiera saberlo.
Este tipo de exclusión disfrazada de autonomía también se ve reflejada en programas de emprendimiento. Muchos gobiernos promueven el “autoempleo” como solución al desempleo, sin ofrecer una base mínima de conocimientos en administración, crédito o contabilidad. El resultado: altas tasas de fracaso en nuevos negocios y mayor endeudamiento informal.
En todos estos casos, el evolucionismo económico funciona como ideología que exonera al Estado, presentando la economía como un campo “natural” donde sobrevive el más capacitado, y justificando así la inacción frente a la desigualdad estructural. Pero, como bien señala Pierre Bourdieu, “el mercado libre no es un campo neutro, sino una construcción social que reproduce privilegios” (Bourdieu, 1998).
En conclusión, la omisión de una política clara de educación financiera no es casual, sino funcional a un modelo que privilegia al más fuerte y responsabiliza al individuo por su éxito o fracaso económico, ignorando los factores estructurales que condicionan su acceso a la información, a las oportunidades y al capital. El evolucionismo darwinista, en su versión económica, deja de ser una explicación de la realidad para convertirse en su justificación.
Referencias
- Bourdieu, P. (1998). Actos de resistencia: Contra las nuevas mitologías de nuestro tiempo. Anagrama.
- Lusardi, A. (2015). Alfabetización financiera: ¿Las personas conocen el ABC de las finanzas? Public Understanding of Science, 24(3), 260-271. https://doi.org/10.1177/0963662514564516
- Spencer, H. (1896). Los principios de sociología. D. Appleton and Company.